16 noviembre 2010

Sobre el verde pasto seco

Allí estaba sentada, sola, inmóvil debajo de un árbol en pleno agosto. Aunque aquí el otoño llega cuando le viene en gana, ese día el árbol de guayacán despedía a sus hojas que una tras otra caían sin prisa sobre ella y su libro. El pasto era verde diría yo, ella pensaba que estaba seco. Yo para no contrariarla diría que estábamos sobre el verde pasto seco, aunque era consciente de que no compartíamos el mismo prado. Su libro, el mío, pienso que eran uno solo, siempre termina siendo, ya lo sé, aunque no la conozca bien.

― ¿Estás aquí, detrás?

―Si, como siempre, ¿aun no te acostumbras?

―No, cuando estás aquí pierdo mi concentración, mi cordura, pero preferiría morir antes de saberte lejos, naufragante entre mi memoria, mientras me hayo sola con mis pensamientos, mi rutina.

―Sí, suelo pensar que eres mi espejo, pero somos diferentes desde la punta del dedo hasta el último cabello.

Me enloquece su presencia, me ataca, me incomoda, sufro cuando está cerca, no tengo paz. Aun así, sería una locura dejar que se vaya; si se va, se lleva mis recuerdos, mi inspiración, mi necesaria conciencia y las ganas de seguir aquí entre este jardín. He leído incontables historias que hablan de la noche, incansables poemas que la evocan, desesperadas canciones que la aclaman, pero no logro entender su magia, la oscuridad es aterradora, su silencio ensordece el alma, es como estar en medio de la nada como un ente suspendido en el vacío, en sus propios pensamientos, no lo soporto.

La noche se hace tolerable porque está cerca, siempre atrás de mí, guiando mis pensamientos por jardines laberinticos cada vez más profundos, más espinosos pero asombrosamente hermosos. La noche es suya y yo soy la acompañante de sus impulsos, estoy condenada a la penumbra, a ser su títere, lo sé y no pongo resistencia así ha de ser.

― ¿Sigues ahí?

¿Cuántas noches han pasado? A lo lejos se escucha el mar donde reposan las almas y sus ideas, escucho fragmentos de aquellos poemas, hablan del anhelo de estar muerto, de la tortuosa existencia sin ti. Eres luna, dosis de heroína hecha carne. Adictiva, indomable, dañina e insoportablemente necesaria.

― ¿Por qué no apareces?

Cansada de esperar lo que he perdido pregunto a estos arbustos por tu recuerdo, tu esencia. Se han ido las ganas de sentarme bajo el guayacán y abrir el libro, no hay quién escriba, quién lea lo que ha escrito, quien anhele la dolorosa catarsis de estar vivo y muerto al tiempo.

Ahora miro el espejo y te veo, a la sombra de lo que soy, aparece tu rostro dibujado pero no eres tú, soy otra. Te extraño Amelia. Estoy posada a la sombra de lo que no quisiste que fuéramos, pero qué más da, te has ido y he muerto, mientras, yo aquí sobre el verde pasto seco.


1 comentario:

  1. La Alejandra, home! Más que el blog, que de hecho me encanta, me gusta la iniciativa de escribir. Los jirones del alma necesitan un espacio...

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