23 diciembre 2010

Vino

Un muro redondo y brillante acompaña a la luna fría y pavimentada de diciembre, aquí no pasa nada y logro ver cómo transitan los carros por la vía que está arriba, a un lado de lo que llaman pueblo. Desde aquí puedo mover la iglesia a mi gusto, mover las casas, la gente; con cada trago de vino reubico a mi gusto este pesebre a escala que está inmerso en la mitad de varias montañas, cinco si mal no recuerdo.

Éste remedo de ciudad hace que me sonroje, no concibo que entre las pequeñas calles se levanten los edificios imponentes de una urbe, ¿para qué? Es la pregunta que rodea a mi generación. Aquí se detiene el asfalto en medio del tiempo y mi cabeza invade a la nostalgia como ya es costumbre, aunque ya me he dicho que no puedo permitirlo más.

Quizá en unos años olvide esta sensación de ingenua libertad, quizá en poco tiempo sea esclava, cómo aquellos que transitan allá abajo, del feliz estado de ignorancia; pero esta noche, al son de una copa de vino y conmigo cómo mi usual compañía, brindo por la inquietud de saber que pasará mañana.

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